Josué Villeda

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Desde pequeño crecí dentro de mi propia burbuja. Contaba las horas para salir del colegio e irme a bailar. Quizás por estar encerrado en mi mundo no me tomé en serio el bullying que recibí de mis compañeros. A los 12 años inicié en un grupo infantil de la iglesia. Ahí me enseñaron algunos pasos muy elementales de danza y yo me sentía muy cómodo haciéndolos.

Estaba ilusionado con todo lo nuevo que había descubierto con mi movimiento. Pero después de tres años, perdí totalmente el interés. Pensaba que lo que estaba haciendo era únicamente un pasatiempo.

A los 17 años, en el último año de colegio decidí participar en una coreografía para competir con otros establecimientos. Nos presentamos y no ganamos. Lo que yo no sabía era que dentro de la audiencia estaban dos maestros de una academia de danza que vieron mi desempeño y me ofrecieron una beca de estudios. Recibí clases de jazz y funk.

Conforme fui avanzando en mi proceso, me daba cuenta que la danza podía ser algo más que un simple pasatiempo. Estuve trabajando para la compañía de esa academia en varios eventos y empecé a ver que sí se podía vivir de hacer danza.

No todo se me dió fácil. Me tocó pasar por un periodo de muchas dudas acerca de mi talento. Escuchaba comentarios que decían que “un bailarín muy flaco no sirve”, “un bailarín muy flaco se ve mal” y para ese entonces mi complexión física no era como yo esperaba. Todo eso me desmotivó y nuevamente decidí abandonar la danza.

A las 20, tuve una amiga que me prestaba su estudio para que llegara a practicar lo que yo quisiera. Fue entonces cuando apareció YouTube con sus tutoriales. Así empecé poco a poco a actualizarme y retomar el gusto por lo que hacía. Me ponía a copiar movimientos, vueltegatos, saltos y todo lo que estuviera a mi alcance. Nunca tuve una escuela muy fuerte, pero me esfuerzo cada día para ser mejor.

Al igual que otros bailarines hombres, tuve dificultades con el apoyo familiar. Creo que todos los padres desean lo mejor para sus hijos y piensan que ser ingeniero, médico o arquitecto es la mejor opción. Me costó mucho trabajo demostrarles a ellos que la danza es una profesión digna y que se puede vivir de ella.

Me encanta poder compartir lo que he aprendido con más bailarines. Mi consejo para los que recién inician este viaje es, que busquen su sello personal. A veces se les enseña a los alumnos a “ser robots”, a seguir una secuencia de movimientos exacta. Pero es muy enriquecedor ver a alguien que puede ser libre cuando disfruta su movimiento y su danza.

No dudaré que este talento es un obsequio que Dios me dio, el cual debo cuidar y usar para transmitir amor.

-Josué Villeda

 

Fotografías de Dance Statement por Karla Álvarez

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