Vanesa Rivera

Siempre lo he dicho. Desde que empecé mi recorrido en la danza sabía a dónde quería llegar y qué quería hacer: prepararme lo mejor posible para regresar al lugar donde nací y compartir ese conocimiento con las próximas generaciones.

Inicié bailando en el maravilloso teatro de Quetzaltenango y me di cuenta que, en el interior del país, el tema de la danza estaba totalmente abandonado. No habían escuelas en donde te pudieras formar a nivel profesional y por eso, tenías que migrar. Siempre estuve de la mano de la docencia, y cuando ejerces como docente, tienes en tus manos una gran responsabilidad. Eso me hizo reflexionar y darme cuenta que para enseñar danza, tenía que prepararme lo mejor posible.  

Decidí mudarme a la ciudad con 15 años, y encontré la Escuela Nacional de Danza, de donde años después, me gradué de bailarina de danza clásica. Recuerdo que cuando llegué, el Maestro Ocampo me dijo: “Si quieres, puedes venir a ver las clases antes que empiece el año y vemos si podemos hacerte un examen de admisión”. Entonces le tomé la palabra e iba todos los días, sin faltar uno solo, para ver las clases que él impartía a las alumnas del último año, y creo que mi perseverancia fue lo que a él lo convenció.

Amo la danza contemporánea. Y para mí, la danza es una sola. Como decía Maurice Bejart: “Solo hay dos tipos de Danza, la buena y la mala”. Tuve mucha experiencia con diferentes grupos de danza. Bailé con todas las compañías de danza: las del estado y las independientes.

Mi llegada al Ballet Guatemala fue muy especial. Carlos Marroquín, en su tiempo como director, iba a ver las funciones de la Escuela de Danza y luego me invitó a participar en la compañía, aunque no había dinero para contratarme. Era una persona que siempre supo motivarme y me dió la oportunidad de estar en roles solistas dentro de la compañía. Luego que él falleció, tuve una serie de accidentes que me impidieron asistir a una beca de danza para estudiar en Francia. Fue muy doloroso. El doctor me dijo que me olvidara de bailar y que, si lograba caminar, que me diera por agradecida. Después de estos accidentes empecé a trabajar mi espalda y, por fortuna, volví a bailar.

Tiempo después, recibo una invitación a Cuba para aprender el método y seguirme formando como docente. Una experiencia maravillosa. Cuba aporto en todo sentido a mi formación: era todo el día ballet y por la noche arte de todo tipo. Aplique a otra beca en Italia. Era en el Teatro alla Scala de Milán y, muy arriesgada, asistí a la audición con la incertidumbre de que me fueran a aceptar o no. Éramos 300 personas aspirantes para 15 puestos y yo era la única latina. La audición duraba un mes completo, y recuerdo que, para la última semana de las pruebas, solo quedábamos 16 bailarines, y yo tenía la desventaja que no hablaba italiano. Al final me aceptaron y fue un regalo maravilloso de la vida.

Recuerdo que una de las primeras veces que entré a una clase en Italia, había una barra vacía y todas las demás estaban ocupadas. Entonces decidí colocarme en esa porque no había nadie. Todos en ese momento se me quedaron viendo extraño, pero yo pensé que de seguro era por ser la única latina del grupo. En eso, entra al salón una mujer preciosa, ya bastante mayor, me saluda de lo más tranquila, en italiano, e iniciamos la clase. Luego, cuando ya estábamos en el centro, los comentarios de mis compañeros fueron: “Te dejó hacer clase a la par de ella!” Y en ese momento me di cuenta que era la famosa y gran bailarina Luciana Savignano. Estaba totalmente impresionada y agradecida de poder hacer clase cerca de una de mis bailarinas favoritas, que había visto solo en algunos videos y fotos.

Siempre en Italia, tuve la oportunidad de conocer a grandes exponentes de la danza como Roberto Bolle, que llegaba algunas semanas y nos hablaba de su experiencia, a Sylvie Guillem, que la ví bailar muchas veces y que  llegaba a las clases como si fuera una amiga más. Conocí a grandes coreógrafos como Roland Petit y Maurice Bejart. Pude ver coreografías de Mats Ek, Angelin Preljoçaj, Uwe Shultz y Jiri Kylian. Conocí casi toda Italia bailando y eso me llena de alegría, porque cuando vas a otro lugar, llevas en el corazón a tu país. Entonces yo siempre decía: “Aquí va Guate” no siempre, pero en algunas ocasiones me permitían bailar mis coreografías. Fue cuando me inicié en la creación coreográfica inspirada en la música, plástica o literatura de Guatemala.

A mi regreso a Guatemala recibí invitaciones para asesorar sobre metodología de la danza y revisar los pensum de estudios de Escuelas de Danza en países de la región. En ese tiempo continúo con mi creación y así presento mis coreografías en Centroamérica, México, Uruguay, Cuba e Italia. Me invitan a impartir clases en compañías de Danza del Estado e independientes y vuelvo al Ballet Nacional, primero como bailarina y luego como Maestra. La experiencia de reencontrarme con mis compañeros fue hermosa.

Luego viene la invitación para regresar a Xela y tomar la dirección del Teatro de Quetzaltenango. Este maravilloso lugar estaba dormido, y empezamos a ponerle música, teatro y danza para que despertara. No tenía actividad artística constante, y la gente solo lo alquilaba para eventos, como un salón social. Entonces le devolvimos el brillo y la vida. Hice una proyección basada en 5 ejes de trabajo que son: La resignificación del espacio, la restauración, la formación, la agenda cultural y la autosostenibilidad. En el área de agenda cultural y formación, tenía que crear algo que permitiera la producción propia del teatro y que fuera la raíz para motivar a una escuela de danza. Entonces creé el Cuerpo de Baile del Teatro Municipal de Quetzaltenango, el 20 de octubre de 2017, como un homenaje a la revolución del 44 y a esos años de primavera.

Hice una convocatoria a las academias cercanas y llegaron 32 jovencitas. El grupo se ha mantenido, y en el 2018 nos fuimos a Cuba para el XXIV Encuentro Internacional para el estudio del Ballet. Ha sido hermoso lo que hemos logrado. Fuimos una delegación de 26 personas, todas de Xela. Creo que es el grupo más grande, del interior del país, que ha ido a un encuentro internacional de ballet. Para mí es algo histórico, es un regalo de la vida.

Me ha tocado empezar muchos proyectos. No siempre soy la que recibe los frutos, pero me ha tocado sembrar, y eso me da mucha alegría. Ahora estoy sembrando con una Escuela y un Cuerpo de Baile, con una metodología basada en nuestra realidad, morfología e idiosincracia guatemalteca.

30 años después, la vida me regresa al mismo lugar. Y traigo la maleta cargada de conocimiento, experiencias y esperanza. Tengo un gran compromiso con la danza y con el arte. Pienso en todas esas jovencitas del interior del país que sueñan con bailar y no tienen una escuela en donde puedan ser formadas. En Guatemala pasamos muchas limitaciones, porque no hay dinero para el arte, pero creemos y trabajamos duro para cambiar esta realidad.

La danza me ha llevado a conocer y amar a este país. Me llena de esperanza ver a la gente joven, que está inquieta por aprender. Estoy agradecida por esta oportunidad que la vida me ha dado para compartir y crear danza. ¡Compartir arte, compartir vida!

Vanesa Rivera con el Ballet Nacional de Guatemala
Fotografía: Archivo personal


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