«Vengo de una familia desintegrada. Aun así, mi mamá siempre me apoyó en lo que yo quisiera emprender. Todos los días, después del colegio, me llevaba a mis actividades extracurriculares. (Creo que ella me inscribía en tantas cosas solo para mantenerme ocupado). Estuve en gimnasia, natación, waterpolo, baseball, música y finalmente ingresé a la Escuela Nacional de Danza.
La historia de cómo terminé en la Escuela es bastante graciosa. Mi hermana ya recibía clases de ballet ahí, y a mí me tocaba esperar a que ella terminara para irnos a casa. Entre sus compañeras de clase había una que me gustaba mucho. Entonces se me ocurrió preguntarle a mi mamá si podía inscribirme a las clases de ballet. Ella me preguntó si yo estaba seguro y le dije que sí, sin dudar. Al principio lo veía como un pasatiempo, pero poco a poco le fui tomando amor a la danza.
Fue difícil
Ser bailarín en Guatemala es un proceso difícil. Existen paradigmas en la sociedad que no permiten que más hombres se expresen a través de la danza y se pierdan la oportunidad de crecer artísticamente.
Recientemente me ha tocado escuchar a muchas madres que están interesadas en que sus hijas pequeñas reciban clases de danza. Se emocionan y hacen todo lo posible por acomodar sus horarios y presupuesto para inscribir a sus hijas en escuelas y academias. Los leotardos color rosa, zapatillas, mallas y flores para el cabello son parte de la experiencia de formar a una pequeña bailarina.
¿Pero qué sucede cuando un niño muestra interés por la danza?
Muchos de ellos pierden su motivación al no encontrar apoyo en casa, porque la sociedad ha construido prejuicios machistas acerca de que la danza no es una disciplina para hombres, y en su lugar, algunos padres prefieren que sus hijos aprendan a jugar fútbol