«A mí nunca me había interesado ninguna actividad que tuviera que ver con el movimiento del cuerpo. Mis compañeros se burlaban de mí porque no podía jugar fútbol y se me dificultaban los demás deportes. Entonces pensé que el movimiento no era lo mío.
Yo tomaba clases de dibujo y quería ser pintor. Recibía clases en el Paraninfo Universitario, y un día, pasé por el salón de danza y estaba el Maestro Fernando Navichoque ensayando con el grupo de danza de la Universidad. Era la primera vez que veía algo de danza y me llamó mucho la atención. Pensé que sería lindo poder llegar a bailar así.
A la semana siguiente pasé por el mismo lugar y estaba el maestro afuera del salón. Se me ocurrió preguntarle si podía hacer clase con ellos y me dijo que sí. Para ese entonces yo no sabía nada de danza. Lo que sí sabía, es
Ser bailarín en Guatemala es un proceso difícil. Existen paradigmas en la sociedad que no permiten que más hombres se expresen a través de la danza y se pierdan la oportunidad de crecer artísticamente.
Recientemente me ha tocado escuchar a muchas madres que están interesadas en que sus hijas pequeñas reciban clases de danza. Se emocionan y hacen todo lo posible por acomodar sus horarios y presupuesto para inscribir a sus hijas en escuelas y academias. Los leotardos color rosa, zapatillas, mallas y flores para el cabello son parte de la experiencia de formar a una pequeña bailarina.
¿Pero qué sucede cuando un niño muestra interés por la danza?
Muchos de ellos pierden su motivación al no encontrar apoyo en casa, porque la sociedad ha construido prejuicios machistas acerca de que la danza no es una disciplina para hombres, y en su lugar, algunos padres prefieren que sus hijos aprendan a jugar fútbol