“Dicen que la danza, como definición, consiste en realizar movimientos corporales al ritmo de la música. Pero luego descubrí que también puedo moverme sin ella. Es un privilegio tener la posibilidad de bailar como si el mismo cuerpo fuera mi instrumento.
Yo siempre fui alguien al que le gustaron mucho los deportes. Trataba de estar en todas las actividades deportivas del colegio y fue ahí donde se dió la oportunidad de recibir clases con un maestro que me enseñó algunos movimientos de Hip Hop. Tenía 15 años y vivía en Puerto Barrios.
Youtube fue la primera herramienta que utilicé para aprender a bailar. Copiaba algunos pasos y memorizaba secuencias de movimiento. Estuve estudiando de esa forma durante tres años hasta que me gradué del colegio y descubrí muchas otras formas de aprendizaje. Luego tuve que mudarme a Chiquimula y me surgió la inquietud de buscar algún lugar que me permitiera tomar clases
Ser bailarín en Guatemala es un proceso difícil. Existen paradigmas en la sociedad que no permiten que más hombres se expresen a través de la danza y se pierdan la oportunidad de crecer artísticamente.
Recientemente me ha tocado escuchar a muchas madres que están interesadas en que sus hijas pequeñas reciban clases de danza. Se emocionan y hacen todo lo posible por acomodar sus horarios y presupuesto para inscribir a sus hijas en escuelas y academias. Los leotardos color rosa, zapatillas, mallas y flores para el cabello son parte de la experiencia de formar a una pequeña bailarina.
¿Pero qué sucede cuando un niño muestra interés por la danza?
Muchos de ellos pierden su motivación al no encontrar apoyo en casa, porque la sociedad ha construido prejuicios machistas acerca de que la danza no es una disciplina para hombres, y en su lugar, algunos padres prefieren que sus hijos aprendan a jugar fútbol